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FINANZAS | 04.06.2020

El Covid-19 pone a prueba la resistencia de los sistemas sanitarios.

 

Ricardo González

Director del Área de Análisis, Estudios Sectoriales y Regulación de MAPFRE Economics

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Valorar la eficacia de un sistema sanitario no es una tarea fácil y menos aún en un contexto como el actual, en el que todavía estamos inmersos en una situación anómala, a consecuencia de la pandemia Covid-19. Nadie pone en duda a estas alturas que deben tomarse medidas de refuerzo de los sistemas sanitarios, a lo cual se van a destinar una parte de los fondos de reconstrucción económica que se están aprobando a nivel mundial.

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Sin embargo, no se trata solo de un problema de capacidad del sistema sanitario, porque la velocidad a la que se expande la enfermedad hace que cualquier sistema sanitario se sature, si no se toman otro tipo de medidas para evitar su propagación. Valorar la eficacia de un sistema sanitario en el contexto de una pandemia sería como valorar la eficacia del dique de contención de un puerto de mar ante un tsunami. Ni los diques, ni los sistemas sanitarios han sido diseñados para hacer frente a fenómenos catastróficos de esa naturaleza.

En estas situaciones son necesarios sistemas de alertas tempranas y agilidad en la adopción de medidas oportunas para poner a salvo a la población. Es una cuestión de infraestructura y de organización regional, nacional e internacional, que trasciende a los sistemas sanitarios.

La valoración de la eficacia de los sistemas sanitarios suele hacerse en base a indicadores indirectos, cuyo buen comportamiento puede atribuirse a un sistema bien dotado y orquestado. Los resultados de estas valoraciones sitúan siempre a sistemas sanitarios como los de Japón, Suiza o Corea del Sur en las primeras posiciones de la tabla. Sistemas como los de Italia y España suelen quedar bien situados, a menudo por delante del Reino Unido, Francia o Alemania.

Sin embargo, estos países están teniendo un comportamiento muy diferente en cuanto al desarrollo de la pandemia. Así, Japón y Corea del Sur han conseguido controlarla mejor que el resto, con indicadores como el número de fallecidos por cada cien mil habitantes (por debajo de uno) y/o sobre el número de diagnosticados que no dejan lugar a dudas, de acuerdo con la información facilitada por la Universidad Johns Hopkins. Por el contrario, Italia, España, Reino Unido o Francia presentan indicadores notablemente peores, también sin lugar a duda (todos por encima de cuarenta). Y ahí se pierde la correlación entre la eficacia de los sistemas sanitarios y la evolución de la pandemia. Lo mismo sucede con Suiza, como caso significativo, en torno a veintidós fallecidos por cada cien mil habitantes con uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo.

Alemania llama la atención por presentar un ratio reducido de 10,32 fallecidos por cada cien mil habitantes, a pesar de ser uno de los países con la población más envejecida del planeta. Este dato contrasta con del Reino Unido (58,85) o el de Francia (43,05), significativamente superiores. Alemania ha reaccionado con prontitud y ha demostrado su capacidad para realizar test a la población (desarrollado en hospitales propios), utilizando la amplia red de laboratorios de la que dispone el país. Esto le ha permitido en mayor medida detectar y aislar los casos diagnosticados para evitar el contagio, avisando a las personas que hubiesen podido contagiarse para ponerlas en cuarentena y practicarles la prueba, incluyendo al personal sanitario que en algunos países ha sido un vector importante de transmisión de la enfermedad, al carecer de estos medios. Es decir, disponía de medios adecuados y la experiencia vivida en el norte de Italia les ha servido como un indicador de alerta temprana, que han sabido interpretar.

Otros casos llamativos son los de Grecia y Portugal, con 1,67 y 13,85 fallecidos por cada cien mil habitantes, respectivamente, que contrasta con los datos de Italia (55,39) o España (58,02), que tienen sin embargo una mejor valoración de sus sistemas sanitarios, entre los diez mejores del mundo en base al IESS, indicador desarrollado por MAPFRE Economics.

En estos casos destaca la capacidad de reacción de Grecia y Portugal para tomar conciencia de la dimensión del problema y adoptar las medidas oportunas de confinamiento y distanciamiento de la población, que han jugado un papel relevante a la hora de controlar la pandemia. En algunos países del este de Europa como Bulgaria o Rumanía ha sucedido lo mismo.

Existen, por tanto, diversos factores, además del grado de eficacia de los sistemas sanitarios, que están incidiendo en el desarrollo de la pandemia. Entre ellos se puede citar el perfil demográfico de la población, la velocidad a la que se tomaron las medidas de alejamiento y confinamiento, la capacidad de investigación, producción y de abastecimiento de material de diagnóstico y sanitario adecuados, la existencia de núcleos urbanos con grandes aglomeraciones de población o la situación como centro neurálgico con aeropuertos internacionales, entre otros factores, que están incidiendo en los distintos grados de gravedad de la situación en los distintos países.

En definitiva, la experiencia está demostrando que se dispone de una amplia batería de medidas que pueden adoptarse para controlar el contagio masivo, más allá de confinamientos estrictos de la población, tan perjudiciales para la economía, como son el uso obligatorio de mascarillas en lugares cerrados concurridos, incluido el transporte público, la prohibición de eventos con grandes aglomeraciones, el realizar tests, rastreos y cuarentenas selectivas o el control de fronteras, entre otras. Todo ello sin perjuicio de la posibilidad de encontrar vacunas que puedan ser efectivas y aplicadas a gran parte de la población en busca de la inmunidad de rebaño, sin provocar un número de víctimas inasumibles a consecuencia de la propia enfermedad y de la saturación de los sistemas sanitarios.