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FINANZAS | 14.04.2020

Cómo ayudar al FMI en su rol de prestamista de último recurso para los países emergentes

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La pandemia que estamos sufriendo este año 2020 puede suponer el mayor descalabro económico mundial desde que tenemos registros, al menos en el corto plazo. La situación, por falta de precedentes, hace que ni los expertos económicos sean capaces de ponerse de acuerdo en la dimensión real del impacto.

A partir del 20 de abril podremos conocer la nueva previsión del Servicio de Estudios de MAPFRE. En esta ocasión, la actualización del Panorama trimestral suscita un interés adicional, y es que este informe, además de incorporar las previsiones de PIB de las principales economías del planeta, lleva a cabo un de los análisis más completos que existen sobre las perspectivas económicas en Latinoamérica.

Porque en lo que sí parece haber consenso es en el hecho de que el impacto económico puede ser aún más grave en las economías emergentes que en los países desarrollados. Aunque el virus se ha extendido con mayor profundidad por ahora en algunas economías prósperas, lo cierto es que en EE UU o la Unión Europea, por ejemplo, también su respuesta en forma de planes de estímulo para tratar de contrarrestar la crisis también está siendo histórica. Por el contrario los países en desarrollo, muchos de cuyos ciudadanos forman parte de la economía informal, cuentan con muchas menos herramientas para combatir la situación.

Esta semana, decenas de relevantes personalidades han firmado una carta dirigida al G-20 reclamando una actuación inmediata coordinada a nivel internacional para hacer frente a las graves crisis sanitarias y económicas mundiales derivadas de la Covid-19. El propio Bill Gates reclamaba este pasado domingo en EL PAÍS una respuesta global proporcional al descomunal reto que enfrenta la humanidad.

Es en ese contexto que han comenzado a surgir algunas voces que proponen ideas novedosas para ayudar al mundo frente al tsunami que puede llevarse por delante muchas economías en desarrollo.

Una de ellas tiene que ver con los Derechos Especiales de Giro (Special Drawing Rights, SDR) de Naciones Unidas. Los DEG son activos monetarios internacionales emitidos por el FMI, que actúa, en cierto sentido, como una especie de banco central del planeta. Forman parte de las reservas de divisas de los países y pueden venderse o utilizarse para pagar a otros bancos centrales. Fueron introducidos en 1969, para ayudar a la economía mundial a reducir su dependencia del dólar. ¿Por qué no tuvieron éxito? Porque la principal economía del planeta, después de todo, no veía muy bien que su moneda perdiera prominencia.

En la actualidad, existen más de 200.000 millones de DEG en los balances de los ministerios de economía y los bancos centrales de los países de todo el mundo. En teoría, cada DEG puede intercambiarse por $1.36. Los gobiernos de los países pobres necesitan ahora mismo efectivo de forma urgente para retener la confianza de los inversores, pagar a los acreedores y comprar suministros médicos.

Recientemente un grupo de economistas publicó en el Financial Times un artículo abogando precisamente por el uso de estos instrumentos financieros como una respuesta ante la crisis del coronavirus.

No sería tampoco la primera vez que se usaran en una emergencia económica. Ya el G20 en su reunión de Londres en abril de 2009 aprobó una emisión de DEG equivalente a $250.000 millones, frente a la crisis financiera.

Estos economistas abogan ahora por una emisión el doble de grande, de al menos $500.000 millones. Otros van aún más lejos y hablan de hasta 4 billones de dólares.
El FMI, por su parte, informa que varios países ya han manifestado su interés en algo así, y que algunos de sus miembros están discutiendo la idea. Si los países ricos están ofreciendo a sus ciudadanos dinero en efectivo con muy pocas condiciones, ¿Por qué el FMI no debería hacer lo mismo con los gobiernos del mundo?

Entre las ventajas que cuenta este tipo de instrumentos, es que no son una verdadera moneda, ya que solo pueden intercambiarse entre miembros del FMI, es decir, no cotizan en ningún mercado privado de DEG. Los países los reciben en proporción a sus cuotas del FMI, que determinan su compromiso financiero con el fondo y sus derechos de voto. Cuando se enfrentan a una crisis de liquidez, los países pueden ofrecer DEG a cambio de divisas.

 

¿El principal obstáculo?

​De nuevo EEUU, que si por regla general no es muy partidaria de tomar decisiones que puedan perjudicar el predominio de su moneda, menos si de lo que se está hablando es de poner en circulación de una tacada el equivalente a 4 billones de dólares, con efectos desconocidos sobre la economía mundial.

 

“La utilización de un instrumento de liquidez alternativo al dólar podría tener sentido en el momento actual, en especial para economías con monedas débiles de países emergentes”, abunda Gonzalo de Cadenas, director de análisis macroeconómico y financiero del Servicio de MAPFRE; “Aunque este tipo de operación (si no se esteriliza) puede ser peligrosa al crear presiones inflacionistas en el largo plazo, en el horizonte de la pandemia podría apoyar a resolver los problemas de financiación de muchos países emergentes con poca capacidad de afrontar la factura sanitaria y social”.
Puede no ser una medida convencional, pero lo que es indudable es que los países con menos recursos necesitan ayuda urgente ante la pandemia. Situaciones desesperadas a veces requieren medidas poco convencionales.