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CORPORATIVO | 5.06.2020

Previsiones económicas y herramientas alternativas

 

 

 

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Alberto Matellán

Economista Jefe de MAPFRE Inversión

 

Estos días los analistas se afanan más que nunca en calcular estimaciones de PIB, beneficios y otras variables económicas para el futuro cercano. Un vistazo al conjunto de pronósticos muestra un rango de alternativas más abierto que nunca, lo que evidencia la dificultad de esta tarea en las circunstancias actuales. Como consecuencia, esas previsiones que normalmente sirven como guía para los inversores, han perdido una parte de su capacidad para contribuir al análisis.

Esto implica una dificultad añadida al trabajo de los gestores de activos que pocas veces habíamos visto. El inversor profesional trabaja con un escenario esperado o un rango razonablemente limitado de ellos. Aunque el futuro es incierto por naturaleza, disponer de una referencia en forma de previsiones facilita las decisiones y proporciona al menos un marco en el que reflexionar. Pocas cosas hay más incómodas para el gestor que operar sin ese escenario al que aferrarse. Por eso, cuando el apoyo de las previsiones es menos sólido, puede resultar útil centrarse en lo que sí sabemos o podemos deducir con algo de certeza. Existen al menos tres ámbitos de la actualidad en los que analizar con detalle lo que conocemos nos libera de la dependencia de las previsiones.

En primer lugar, parece obvio que la normalidad no volverá, si entendemos como tal un entorno similar al de antes de la crisis. Hace ya al menos dos años que venimos hablando de cambios de gran calado en la estructura económica mundial, que implican, entre otras cosas, la relocalización de las cadenas de producción. En consecuencia, el comercio mundial se reduce. La crisis acelera este proceso, de modo que tras la reapertura veremos un mundo económico desconocido anteriormente, y ante el cual, la modelización económica se ve limitada por su dependencia de la comparación con el pasado reciente. Esto es una de las razones que justifica la enorme dispersión de las previsiones actuales. En este caso, el gestor de activos puede apoyarse en la reflexión cualitativa sobre la posible estructura económica del mundo post crisis. Y para ayudarle en esta tarea cuenta con especialistas de otras áreas, sociológicas, políticas, o sanitarias, entre otras. Un apoyo multidisciplinar que posiblemente se vuelva ineludible en el contexto futuro.

Por su parte, la paralización económica origina un impacto colosal sobre los beneficios empresariales, pero habrá empresas que saldrán beneficiadas y otras que no sobrevivirán. El trabajo del gestor de renta variable consiste en seleccionar las primeras basándose, por ejemplo, en su situación de caja acumulada o en su agilidad para adaptar su modelo de negocio. Este trabajo no necesita previsiones precisas o especialmente acertadas, sino un trabajo minucioso de análisis de la situación presente. Esto exige al gestor o al analista volver a centrarse en una parte de su cometido que a menudo había caído en la simplificación gracias al apoyo de las estimaciones de beneficios o crecimiento. Ahora, el profundizar más en cada una de las empresas, redundará, muy posiblemente, en inversiones más sólidas, con mejor conocimiento del negocio y con la evaluación de más parámetros extrafinancieros.

Finalmente, la renta fija soberana, el que se considera activo de menor riesgo, es una de las principales fuentes de discusión en la actualidad. Las cuentas públicas se van a deteriorar en todo el globo, como consecuencia de los apoyos fiscales masivos. Por tanto, el riesgo crediticio de los activos de renta fija soberana crece. Sobre el papel, eso conduce a un incremento de las rentabilidades de los bonos y por tanto, pérdidas para el inversor y mayor coste para los gobiernos. Pero a ello se contraponen al menos tres fuerzas: una inyección de liquidez de dimensión inédita en la historia, el hecho de que la posición relativa entre países cambia muy poco y la intervención de los bancos centrales en el mercado. Por tanto, no hay acuerdo acerca de la evolución de esas rentabilidades o de las famosas primas de riesgo, ni forma fiable de anticiparla. En este caso, tomar decisiones de inversión basadas en la previsión de mayores TIRes por un aumento de la deuda implica olvidar muchos parámetros relevantes y que en los últimos diez años han invalidado ese razonamiento. Esto en la práctica, obliga a un ejercicio intelectual muy sano para el gestor y que normalmente se pospone: reexaminar las bases sobre las que funciona de manera casi automática y abrirse a la posibilidad de incorporar otras fuentes o formas de ver las cosas.

La pérdida de la ayuda de las previsiones que configuran un escenario claro se puede aprovechar para convertirnos en mejores inversores. Sacarnos de esa comodidad nos conduce a examinar con más detalle nuestras prácticas como inversores, expandir nuestro marco conceptual y recurrir a más información. En definitiva, proporcionar un mejor servicio al cliente en el caso de los gestores profesionales, en forma de eficiencia operacional o nuevos productos alineados con la realidad socioeconómica. Pero también en el caso de los asesores; y es que, en este contexto, el ahorrador particular tiene una ventaja que a menudo desconoce: no necesita depender de esa previsión de escenarios, porque ya los tiene de serie. Si está bien orientado, su propio perfil de inversor es la guía de sus inversiones, independientemente del contexto económico y de los vaivenes emocionales. Algo tan simple como recordarle esto y ayudarle a mantener la disciplina puede aportar más valor también por parte del asesor.