TRANSFORMACIÓN | 28.10.2020
Ciudades y barrios se redibujan lentamente
Segunda parte de una ronda de entrevistas a un grupo de arquitectos sobre cómo variarán barrios, pueblos y ciudades. El barrio aparece como gran triunfador y el mundo rural se reafirma como ejemplo de convivencia.
¿Están pudiendo como arquitectos redibujar los edificios y las ciudades? ¿Ha cambiado en algo los planes la Covid-19?
Jesús Donaire y María Milans: Han pasado cien años desde que la arquitectura del movimiento moderno fue, además de un nuevo paradigma, la respuesta a grandes problemas de enfermedades, pandemias, lacras como la tuberculosis y el hacinamiento derivado de la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX. Los grandes principios de la arquitectura de este movimiento siguen siendo una respuesta óptima a los problemas del hábitat: espacios bien iluminados y ventilados, edificios que se separaban del suelo con pilotis para evitar problemas de humedades, espacios comunes abiertos y ajardinados bien dimensionados para la convivencia social, el uso de las cubiertas y grandes terrazas para un buen aprovechamiento del soleamiento, etcétera.
En nuestro trabajo profesional como arquitectos, estos parámetros siguen siendo, aún a día de hoy, hitos complicados de resolver en grandes urbes en las que trabajamos, como Madrid, Londres, Milán y Nueva York, donde en muchas situaciones estos parámetros de soleamiento, ventilación, calidad acústica, etcetera, no se cumplen. Después de haber pasado por esta inesperada situación consideramos que la flexibilidad, tanto en edificios privados o viviendas, como en edificios públicos, es una cualidad mucho más valorada. Espacios que permitan ser rápidamente readaptados a nuevas dinámicas, desde la flexibilidad que ha demostrado un espacio como el recinto ferial de Ifema en Madrid al conseguir convertirse, de la noche a la mañana, en un hospital hasta la que se les ha pedido a otros espacios (viviendas, comercios, gimnasios, etcétera) no siempre con éxito por su excesiva especificidad.
Nathalie Montoya: La noción de barrio es la gran triunfadora con esta Covid-19. En Latinoamérica habíamos ido perdiendo esa idea de una ciudad que se pueda caminar y que se ordene en torno a barrios o distritos y a espacios colectivos para vivir la vida diaria, debido a la preminencia del automóvil en la planificación urbana y a la densidad creciente y concentrada de nuestras ciudades, sin tocar asuntos más profundos, como la segregación y la desigualdad social. La cuarentena denunció de manera dramática la romantización de poder vivirla en un refugio digno, con comida suficiente, agua y luz, para empezar. La cuarentena en la ciudad latinoamericana discurre en la barraca o en la calle y en medio de una economía precaria del rebusque diario, así que el derecho a la ciudad vuelve a estar en el primer punto de la agenda social y ética. La ciudad post-Covid debe ser una ciudad que repiense sus sistemas de movilidad, de ocio colectivo y de vivienda social. Una ciudad con más bicicletas y viandantes, más parques y espacios gratuitos para el encuentro. Una ciudad con pisos dignos y de tamaños razonables y estancias más flexibles y adaptativas: menos coches, menos malls y centros comerciales, menos pisos de lujo y casas de tamaño astronómico.
Carlos García y Begoña de Abajo: Ojalá los cambios se produjesen tan deprisa, pero no creemos que la Covid-19 haya cambiado nada todavía. La necesidad de un espacio para trabajar dentro de casa puede suponer un problema si lo que implica es crear una estancia más indispensable en la casa, cuando la vivienda mínima predomina en las grandes ciudades. Más que nunca resultará indispensable diseñar y encontrar mecanismos que permitan utilizar un mismo espacio de distintas maneras. Pasar más tiempo en casa puede que sí propicie cambios en la vivienda colectiva y se redibujen un poco nuestras ciudades. Siendo optimistas, quizá llegue el momento de revalorizar los espacios sociales de encuentro en los edificios de vivienda, los lugares de reunión comunes tanto para el ocio como para facilitar entornos de teletrabajo compartidos, de manera similar a cómo han ido apareciendo los lugares de coworking en locales y espacios públicos en años anteriores. Otro cambio derivado del teletrabajo, a más largo plazo, sería la desaparición de los centros de oficinas, que actualmente se vacían por completo por las noches. Muchos metros cuadrados de oficina dejarían de ser necesarios y las empresas deberían buscar lugares de reunión, de encuentro, frente a puestos de trabajo aislados que aún predominan en muchas de ellas.
Las nuevas familias y nuevas realidades, como el envejecimiento en soledad, ¿trastocan o modifican en algo el panorama arquitectónico?
Héctor Fernández: El drama vivido en los últimos meses, en especial para nuestros mayores, nos ha hecho reflexionar a todos. Desde el ámbito de la arquitectura no tengo ninguna duda que las residencias de mayores no serán, en adelante, como las hemos conocido. El reto estará en seguir permitiendo la relación social de los mayores con la posibilidad, si vuelven a venir mal dadas, de un confinamiento seguro y sostenible.
Jesús Donaire y María Milans: Los límites de nuestra realidad individual y colectiva hace tiempo que dejaron de ser el pueblo o la ciudad en la que habíamos nacido. Lo que ahora medimos, o nos hemos acostumbrado a medir, es el tiempo que podemos tardar en avión, tren o coche para encontrarnos con nuestros seres queridos o para desarrollar nuestras labores profesionales y docentes. Este hábito de vida nómada y dinámico, sumado a las nuevas realidades familiares y formas de relacionarse con los demás, tiene en ocasiones consecuencias negativas, como el envejecimiento en soledad. También en estas nuevas situaciones la arquitectura tiene mucho que decir, por ejemplo como con la creación de cooperativas o edificios de viviendas con espacios comunitarios de relación y convivencia, manteniendo la privacidad individual sin renunciar a la compañía física. A estas iniciativas hemos de aplicarle la calidad arquitectónica, el diseño pasivo, la sostenibilidad y la tecnología propia de nuestro tiempo.
En un espectro más amplio, y menos específico, el cambio climático, e incluso situaciones tan significativas como la pandemia, nos están mostrando otras posibilidades, tal y como manifiesta Rem Koolhaas en la exposición Countryside, the future del museo Guggenheim de Nueva York, de recuperación y activación de oportunidades no solo habitacionales, sino también productivas, en el mundo rural. Nos encontramos en una situación excepcional, una oportunidad para ralentizar el proceso de despoblación ahora que el teletrabajo ha abierto un mundo de posibilidades gracias a la deslocalización y una necesidad de volver a construir un mundo más humano, donde podamos rediseñar ciertos aspectos de la globalización. El mundo rural ha sido siempre un ejemplo de convivencia, lejos de la idea de las ciudades dormitorio, y tiene la escala apropiada para ofrecer todos los servicios básicos a sus ciudadanos de una manera sostenible.
Nathalie Montoya: La atención a los modos de vida es quizá el único factor capaz de compeler movimientos y deslizamientos deseables e interesantes a la disciplina de la arquitectura. Transformar los tipos históricos y los laboratorios de la vivienda colectiva emprendidos desde el pasado siglo 20, pasa por ser atentos y llevar a un nivel de exploración proyectual las preguntas que nos plantean las nuevas maneras de asociación emocional: familias extendidas, ampliadas, rommies, coliving, solteros y mascotas, adultos mayores y cuidadores, adultos solos, entre otros, y también a las nuevas actividades que abordamos en el universo ampliado de lo doméstico contemporáneo: teletrabajo, crianza, espacio de salud pública, espacios productivos, cohabitación de actividades, espacio de renta, ocio doméstico, etc. La arquitectura tiene entre manos el desafío de reeditar las formas que den respuesta a estas realidades.
Carlos García y Begoña de Abajo: Lo que hemos visto sobre flexibilidad de la vivienda aplica igualmente a la realidad social actual. El parque de vivienda heredado del siglo pasado sigue ofertando viviendas con habitación de servicio de acceso único a través de la cocina y hoy en día se ha convertido en los pisos de estudiantes en la habitación que menos paga. Las nuevas formas de vida requieren nuevas organizaciones de nuestras casas, pero esas transformaciones tardan en llegar. La flexibilidad ya no debe buscar, o al menos, no solo debe buscar, que una vivienda admita los cambios propios de una familia que primero crece con los hijos y luego decrece cuando éstos se van de casa, sino que también debe poder adaptarse a otro tipo de familia o a otros tipos de núcleo de convivencia. ¿Tiene sentido que las viviendas sigan teniendo habitaciones con tamaños diferentes? Podría llevar la vivienda a ser un conjunto de estancias, donde salvo el baño y la cocina, que requieren de instalaciones propias, todo lo demás fuera un espacio más libre, que más o menos compartimentado, pudiese ocuparse de distintas maneras según las necesidades. Si todas las estancias fuesen más neutras, todas podrían funcionar bien como habitación para dormir, como estancia para comer, como lugar de descanso o como espacio para trabajar. Las viviendas podrían dividirse por cuestiones distintas a la función, como -por ejemplo- zona de día y zona de noche, zona cálida y zona fresca, estancias grandes y estancias pequeñas…
Ciudades despobladas, casas-palacio abandonadas, ¿volveremos algún día a recuperar nuestros tesoros?
Héctor Fernández: Sin duda. La ciudad ha sido un factor importante de reflexión en el mundo de la arquitectura. En mi caso, me ha fascinado la manera en que la naturaleza ha tomado el medio urbano en apenas semanas. Cómo entre los pavimentos de las calles han crecido plantas o los pájaros han cantado con más asiduidad. En este sentido creo que las ciudades deberían aprender de la “naturalización” que nos ha enseñado el confinamiento.
Jesús Donaire y María Milans: Creemos que sí, pero seguramente los habitaremos de una forma distinta y albergarán distintos usos, como llevamos años experimentando gracias a iniciativas de reutilización, como el caso especifico de Matadero Madrid, el Highline de Nueva York o los antiguos talleres de Ansaldo en Milán. Hasta ahora, la mayoría de la gente intentaba estar lo más cerca posible de urbe. Creemos que después de esta pandemia mucha gente ha puesto mucho más en valor su relación con la naturaleza y su conexión con la tierra, sobre todo viendo que, en muchos casos, el teletrabajo es una opción factible. Esto hace que el papel de la ciudad cambie y con ello sus edificios, y estamos deseando ser parte activa en esta transformación. En este nuevo paradigma ¿podríamos llegar a pensar que la deslocalización hacia el mundo rural pueda convertir la ciudad en un polo de atracción cultural, mientras que nuestro desarrollo personal y profesional pueda estar más cercano a la naturaleza gracias al teletrabajo?
Nathalie Montoya: La ciudad es la gran invención humana, sin duda, y no creo que pierda nunca su valor. El ser humano es el animal sociable por excelencia y, por ello, esta pandemia nos ha golpeado en el núcleo mismo de nuestro sistema cultural. La calle desolada produce un sentimiento de desamparo y de tristeza. ¿Estamos dispuestos a renunciar a lo que hemos conquistado como sociedad con siglos de pensamiento y trabajo? ¿A perder lo que significa la vida urbana? Si el siglo 20 nos llevó a experimentar modelos higienistas y concebir ciudades para el trabajo, el automóvil y otros asuntos que definen los modelos urbanos que habitamos, hoy será nuestra tarea concebir ciudades para los nuevos desafíos: calentamiento global, crisis medioambiental, globalización social y cultural, turismo y pandemias. Casas para resguardarnos de la enfermedad y expandir la vida productiva y el ocio articuladas con la vida cotidiana. Sin duda, no sólo recuperaremos, sino que adaptaremos nuestros tesoros a las realidades exigentes que un mundo globalizado nos plantea. Como latinoamericana soy por naturaleza resiliente y adaptativa, y eso es lo que nos exige el mundo hoy. No podemos seguir pensando con lógicas antiguas, anquilosadas y quizá demasiado habituadas a un bienestar consumista y a realidades cambiantes sin dar respuestas renovadoras.
Carlos García y Begoña de Abajo: Nos cuesta creer que se vaya a producir un éxodo de las grandes ciudades al campo, porque pensamos que éstas siguen siendo centros culturales incomparables, donde ocurren cosas todo el tiempo, donde en una tarde puedes ir al teatro, ver una exposición y pasear por un parque. Todo eso que la Covid nos ha arrebatado de golpe volverá y esperamos incluso que con más fuerza que antes. Lo que sí hemos comentado con compañeros es que el turismo nacional, forzado por la emergencia sanitaria, ha hecho que muchos hayan recuperado las casas de pueblo abandonadas, e incluso se hayan producido inversiones y compras de casas de campo casi abandonadas para recuperarlas como lugar de vacaciones. Sería fantástico que lo que ha ocurrido se mantenga, que incluso el teletrabajo lleve a mantener algo de vida en los pueblos de las zonas que están perdiendo población de manera acelerada. Quizá lo que sí tiene más futuro es la segunda residencia que no solo está en la costa, porque ya no solo se utiliza en verano, sino que las de campo se utilicen intermitentemente durante el año para trabajar periodos cortos de tiempo o unos días a la semana.
¿En qué pensaban hace unos meses y en qué momento se encuentran ahora?
Héctor Fernández: Quizás no hayamos reflexionado mucho al respecto, pero creo que en el fondo fue una suerte que nos confinasen en marzo. Por pequeña que fuera nuestra ventana, la luz era de primavera.
Jesús Donaire y María Milans: El confinamiento ha sido un espacio temporal muy interesante como proceso. Ha servido para la reflexión, para el trabajo, para identificar prioridades, para conocer la parte más humana de personas tan cercanas como los vecinos a los que nunca antes habíamos saludado a través de nuestros balcones. Queremos ser conscientes de esta otra realidad que ha emergido y ofrecerle el gran valor que verdaderamente tiene siendo más dueños de nuestro tiempo y más conscientes del entorno físico que habitamos. Tanto en nuestro ámbito professional, como en el docente que desarrollábamos presencialmente entre Madrid, Nueva York y Milán, la actividad telemática nos ha permitido continuarlas durante y después del confinamiento además de mostrarnos un aspecto mucho más personal de este tipo de interacciones, donde nuestros clientes, colaboradores y alumnos se meten en nuestras casas y nosotros en las suyas, abriendo nuevas ventanas, en este caso virtuales.
Nathalie Montoya: En Colombia el confinamiento llegó muy pronto y se prolongó demasiado. Fue convirtiendo la vida en un bucle temporal en el que costaba mantener el ritmo y el entusiasmo para las actividades creativas y lo cotidiano. En medio de noticias de todo tipo y fuentes, vivimos una especie de precoz pánico colectivo, y, cuando finalmente llegó el pico del virus, en medio de la incredulidad y el agotamiento social, nos sacaron a la “nueva normalidad”. Ahora estamos en proceso de retomar las actividades y adaptarnos a una idea de autocuidado y capacidad de vivir con un virus que no sabemos cuánto tiempo estará entre nosotros. Creo que esta posición es más realista y quizá más sana desde un punto de vista de salud integral: la vida humana no puede verificarse en el encierro y la enajenación social. Hay que aprender a convivir no sólo con ésta, sino con las múltiples pandemias que podrán venir. Soy profesora de una universidad pública y ello es siempre un privilegio; me encuentro aprendiendo a dar clases de arquitectura en la virtualidad, enfrentando el reto de enseñar un oficio que implica una dimensión poética a través de un soporte tecnológico que tiende a desproveerlo de ella. Mi oficina, donde realizo mi práctica profesional, se desenvuelve también en medio de lo virtual, sacando provecho a la coyuntura y creando nuevos vínculos con colegas de otros países, que antes no teníamos tiempo u ocasión de ver y ofreciendo nuevas ideas a nuestros clientes más receptivos a experimentos espaciales, materiales y técnicos, en búsqueda de formas y espacios que atiendan a las nuevas necesidades.
Carlos García y Begoña de Abajo: Hemos pasado por varias etapas, seguramente compartidas por muchos. La primera de miedo: miedo al virus, por nuestros familiares, por lo que iba a pasar…y le siguió el miedo a perder trabajo y a la crisis que vendría. La etapa de miedo se cruzó con la etapa de descanso, de intentar aislarnos del mundo y disfrutar de ese parón que llevábamos años necesitando y nunca llegaba, y con ese descanso disfrutar de nuestra hija como nunca hubiéramos imaginado. Poco a poco entramos en una rutina de malabares para conciliar trabajo y cuidados. Y cuando se acabó el confinamiento fuimos de los que teníamos otra vez miedo a salir, a recuperar nuestros ritmos frenéticos en medio de tanta incertidumbre. Pasamos el verano con nuestras familias, que tanto echamos de menos y trabajando en todo lo que no hicimos durante meses previos. Y actualmente estamos tratando de recuperar parte de nuestra rutina anterior. Nuestra generación salió al mercado laboral en mitad de una crisis que afectó de lleno a nuestra profesión. Somos tan resilientes como las viviendas que queremos para el futuro: nos vamos adaptando a las circunstancias a medida que avanzamos.
Sobre ellos:
Héctor Fernández Elorza se formó como arquitecto en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, ETSAM, en 1998 en las especialidades de Urbanismo y Edificación, donde es Profesor en el Departamento de Proyectos Arquitectónicos de la ETSAM desde 2001. Becado por la Unión Europea durante su etapa de formación estudió en el Darmstadt Institute of Technology y en la Technical Royal Institute of Stockholm KTH. Profesor invitado en universidades y conferenciante, tiene en su haber distintos premios de arquitectura.
Después de varias colaboraciones puntuales en los últimos años, Jesús Donaire y María Milans del Bosch fundan su estudio en Madrid. Ambas trayectorias suman prestigiosos premios, publicaciones y reconocimientos internacionales.
Paralelamente a su actividad profesional, desarrollan una amplia labor docente en la Universidad Politécnica de Madrid, el Politécnico de Milán y la NJIT de New Jersey.
Nathalie Montoya es arquitecta por la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín y Magíster en Arquitectura por la misma universidad, con estudios de Maestría en Cultura de las Metrópolis de la UPC, Barcelona. Desde 1996 es profesora asociada de la Universidad Nacional de Colombia y directora del “Grupo de Estudios en Arquitectura y Urbanística”. Tiene mención en la XVI Bienal de Arquitectura de Colombia. Cofundadora y socia de su propio estudio, ML Arquitectos, con el cual ha ganado diversos reconocimientos. Expositora, conferenciante y profesora invitada en diversas universidades.
deAbajoGarcía es un estudio de arquitectura fundado por la pareja que forman Carlos García Fernández (1982, Cangas del Narcea, Asturias) y Begoña de Abajo Castrillo (1986, León). Se creó en Nueva York en 2013 y actualmente tiene base en Madrid. Formados en la Escuela de Arquitectura de Madrid (ETSAM), han sido becarios Fulbright por la Universidad de Columbia en Nueva York, donde han realizado el Master of Science in Advance Architectural Design. En paralelo a su práctica profesional desarrollan su labor docente e investigadora en la Universidad Politécnica de Madrid.