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SOSTENIBILIDAD | 16.09.2024

Movilidad sostenible, un camino sin huella

María Ramos

María Ramos

El reto del transporte sostenible es un imprescindible en la lucha contra el cambio climático. Los esfuerzos para realizar una transición a un modelo que reduzca las emisiones de forma significativa se multiplican, en un entorno en el que la movilidad geográfica es un factor al alza.

La lucha contra el cambio climático se juega en distintos campos. El esfuerzo para conseguir paliar los efectos de la contaminación debe aplicarse desde distintos focos; más aún, persiguiendo una perspectiva integrada en todas las áreas de actividad, tanto a nivel personal como empresarial, de tal modo que se posibilite un enfoque transversal. Sin embargo, es incontestable que hay actividades cuya huella de carbono es mayor. Entre ellas está el transporte, con la que debe ser su reverso ecológico: la movilidad sostenible.

Los efectos climáticos del transporte

En un entorno mundial globalizado, el transporte es uno de los sectores clave, tanto el que se refiere a la movilidad de las personas como el relacionado con las mercancías. Las imbricadas redes de consumo, que deslocalizan la extracción de materias primas, la producción y fabricación de bienes de los países de destino final, y un entorno donde cada vez son más habituales los desplazamientos, tanto por trabajo como por ocio, han potenciado este sector.

Su impacto a nivel laboral y económico da la medida de su importancia: según la Comisión Europea, la industria del transporte en la región emplea a 10 millones de personas y supone el 5% del Producto Interior Bruto. Más datos para entender su relevancia a nivel de la población: de media, un 13% del presupuesto de los hogares se destina a gastos relacionados con los desplazamientos. Desde las Naciones Unidas se espera que la actividad vinculada al transporte se incremente en más del doble de su peso en 2050, respecto a datos de 2015.

Esto tiene su huella ecológica, y no es precisamente pequeña. Desde Transport&Environment, federación europea del transporte y el medio ambiente, apuntan que el transporte es la mayor fuente de emisiones en la UE, por encima de la industria, la electricidad y calefacción públicas, los edificios, la agricultura o los residuos. El porcentaje de emisiones de gases por esta vía se incrementará en Europa hasta suponer el 44% del total en 2030, frente al 29% actual. Cuando se habla de descarbonización, el proceso para sustituir el uso de energías contaminantes por otras limpias, el dato de la federación también habla de un reto aún por enfrentar: el transporte se ha descarbonizado tres veces más despacio que el resto de la economía. En Estados Unidos, los datos son similares: es la industria que más contamina la atmósfera, responsable de un 28% de las emisiones en 2022 de acuerdo a la Agencia de Protección Medioambiental del país.

En todo el mundo, un 23% de las emisiones de efecto invernadero se relacionan con el sector del transporte, según la ONU. El 70% de estas emisiones están producidas por el transporte por carretera, mientras que la aviación supone el 12%, el marítimo el 11% y el tren, el 1%. En conjunto, el sector manifiesta gran dependencia de los combustibles fósiles para su desarrollo: un 95% de la energía mundial que se emplea para este fin depende de estas fuentes. Para poder paliar este problema, se requieren “cambios transformadores” a nivel global, como recoge el Sexto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, el IPCC, de la ONU. En este sentido, más allá de las acciones de cada individuo, se hace imprescindible un compromiso global que incluya, indefectiblemente, la implicación de instituciones y empresas con una movilidad sostenible.

Cómo afrontar el reto de la sostenibilidad en transporte

Gran parte de la solución al problema de contaminación en el área de movilidad pasa por acelerar la transición a vehículos eléctricos, como constatan desde la consultora Deloitte en sus recomendaciones para España. Esto supone, a nivel institucional, asegurar una infraestructura de recarga tanto para el transporte de personas como para el de mercancías, así como incentivos para su compra, dado que el precio de estos vehículos sigue siendo uno de los principales escollos para su adopción. El paso a medios más sostenibles, como el tren frente a las flotas de camiones para transportes ligeros, es otra de las opciones que se manejan. De nuevo, falta infraestructura y los costes son elevados. 

Esto no quita que no haya medidas que se puedan ir adoptando a nivel empresarial. Desde MAPFRE hemos implantado políticas medioambientales para reducir nuestras emisiones ocasionadas por el transporte. Estas suponen el 72% de nuestra huella de carbono, fundamentalmente por los desplazamientos de nuestra plantilla a sus puestos de trabajo y viajes de negocio. Hemos asumido el compromiso de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en una apuesta por la movilidad sostenible. De ahí, medidas como el fomento de métodos de trabajo que no requieran desplazamiento o el uso de transporte colectivo y menos contaminante. 

En lo que se refiere a la cadena de valor, hemos realizado avances a lo largo del último año, como que la totalidad de la flota de vehículos asignada a los equipos directivos tenga la etiqueta ambiental ECO. Contamos con un proyecto de Vehículo ECO en España para la sustitución de baterías, para fomentar la cantidad de proveedores especialistas en estas averías. Además, en nuestra flota tenemos 28 grúas híbridas y 42 vehículos taller 100% eléctricos o de GLP (gas licuado). 

Tenemos la determinación de avanzar hacia un escenario que contribuya de forma significativa a la reducción de emisiones en el sector transporte y entendemos que la incorporación de medidas es fundamental para un compromiso global.

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