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SOSTENIBILIDAD | 05.04.2024

Finanzas sostenibles: cuando los beneficios de los accionistas son también los del planeta

Ramon Oliver

Ramón Oliver

Las ISR (inversiones socialmente responsables) se han convertido en el caballo de Troya que ha permitido a la sostenibilidad colarse hasta el mismo corazón de las actividades económicas mundiales.

Desde que en el año 2006 Naciones Unidas enunció los Principios para la Inversión Socialmente Responsable (PRI), las inversiones vinculadas los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobierno corporativo) no han dejado de crecer. Un crecimiento que no ha seguido una pauta exponencial, sino, como no podía ser de otro modo, «sostenible». Según Spainsif, 2020 fue el año en el que las inversiones socialmente responsables (ISR) lograron situarse ligeramente por encima de las operaciones convencionales (51% frente a 49%), una tendencia que se ha mantenido, con ligerísimas variaciones, en los ejercicios posteriores.

La equiparación de las inversiones verdes con las que no llevan ese apellido ha alcanzado también a sus índices de rentabilidad. Así lo ponen de manifiesto los principales indicadores internacionales, como el índice MSCI World ESG Leaders Index, que la sitúa en el 12,75% frente al 12,81% del índice general (MSCI World Index). Un empate técnico que, en la práctica, supone una victoria para las primeras, ya que neutraliza el principal argumento de sus detractores: que una «inversión sostenible» podrá ser sostenible pero nunca inversión puesto que no arroja dividendos interesantes para sus suscriptores.

Viento a favor

Varios factores contribuyen al auge de las finanzas verdes. Entre ellos, una creciente conciencia ambiental y social, tanto por parte de la sociedad, como de la propia comunidad empresarial y financiera. Al respecto, el Observatorio Español de la Financiación Sostenible (OFISO) asegura en un reciente informe que los factores ESG han dejado de ser un nicho para convertirse en un factor estratégico dentro de los órganos de gobierno y los consejos de administración de las compañías.

También la regulación internacional rema claramente a favor de un modelo financiero más en sintonía con los grandes desafíos de la humanidad, como el cambio climático, las desigualdades sociales o la ética empresarial. Textos como la Taxonomía Ambiental de la Unión Europea, la normativa MiFID II o el reciente Reglamento de Divulgación de Finanzas Sostenibles (SFDR) están aportando homogeneidad, transparencia y seguridad jurídica a este tipo de operaciones, lo que redunda en un mayor interés por parte de los inversores hacia ellas.

Pero la normativa no es la única evolución que ha experimentado esta vertiente financiera. Y es que a medida que las ISR han dejado de ser una singularidad para convertirse en tendencia, también se ha ido sofisticando y ampliando la oferta de productos verdes que llegan a los mercados. A los ya consolidados bonos verdes o fondos de inversión ESG, se suman ahora alternativas más novedosas como los bonos de carbono, los fondos de inversión solidarios, los seguros de impacto ambiental, los ETF sostenibles o las inversiones con impacto.

Las fintech aplicadas a la sostenibilidad también están impulsando este crecimiento. Desde plataformas de inversión sostenible, que facilitan a los pequeños inversores crear una cartera especializada, hasta aplicaciones de IA para el análisis del desempeño ESG, tokenización de activos o blockchain, la tecnología ha entrado de lleno en el universo ISR, ampliando de forma significativa su alcance y posibilidades.

Buena para los inversores, buena para el planeta

Las inversiones sostenibles son un instrumento fundamental para el futuro de la humanidad, la palanca que ha permitido introducir de una manera efectiva y orgánica las cuestiones ambientales en los mercados financieros y, a través de ellos, en las actividades económicas en general. 

Su auge está permitiendo que cada vez más iniciativas de orientación sostenible encuentren la financiación que necesitan para hacerse realidad. Ya se trate de la instalación de plantas de energía renovable, de planes de reforestación o de proyectos de apoyo a comunidades y colectivos vulnerables, las posibilidades de que los mercados financieros sirvan para levantar proyectos de generación de valor social y ambiental, y no meramente especulativos, han aumentado de forma exponencial. 

Otra de las ventajas de las ISR es que permiten alinear la acción social y ambiental de las compañías con sus objetivos económicos en torno a unas métricas muy precisas. Una posibilidad que ha facilitado a entidades como MAPFRE definir unos compromisos públicos de inversión alineados con su Plan de Sostenibilidad 2022-2024. 

Entre esos compromisos, destaca la transición hacia una economía baja en carbono, para lo cual la compañía trabaja en el lanzamiento de fondos de inversión en activos alternativos como energías renovables, inmuebles e infraestructuras ESG. Además, la aseguradora se ha trazado una serie de líneas rojas, como la de no invertir en compañías en las que el 20% o más de sus ingresos y/o de su generación provenga de energía producida a partir del carbón. 

MAPFRE también cuenta con fondos especializados, como «Inclusión Responsable», centrado en empresas comprometidas con la inclusión de personas con discapacidad, o «Capital Responsable», cuyo foco se sitúa en favorecer a compañías y entidades con una estrategia volcada en el seguimiento de criterios ESG. Con estos productos, la compañía busca compaginar la rentabilidad financiera con la promoción de mejoras ambientales y sociales.

Seguridad en tiempos de incertidumbre

Existe otra razón que hace de las ISR una opción especialmente interesante para los mercados financieros, sobre todo en un contexto de fuerte inestabilidad geopolítica, energética o económica como es el actual: la seguridad.

Y es que, al sustentarse en proyectos que cuentan con un fuerte respaldo social y mirada de largo alcance, los comportamientos de este tipo de inversiones son más estables y resilientes ante posibles factores desestabilizadores.

Un ejemplo de ello son los fondos que gestiona MAPFRE AM, la gestora del Grupo. En todos ellos se integran los criterios de sostenibilidad, lo que provoca que su transformación a fondos artículo 8 y 9, según la nueva regulación antes mencionada, se convierta, en muchas ocasiones, en mero trámite legal. Hasta el momento, dentro de esta categoría se encontraban el MAPFRE AM Inclusion Responsable y el MAPFRE AM Capital Responsable, así como el MAPFRE Energías Renovables II, un fondo de activos alternativos que invierte en biometano, un biocombustible 100% verde que se obtiene a partir de residuos de origen animal y vegetal y que se puede inyectar directamente a la red de gas natural, generar energía eléctrica a través de motores y utilizar como combustible. Pero en las últimas semanas, se han incorporado fondos de la gama dentro de estas categorías y es un proceso que no tiene freno.

Pero ese compromiso de MAPFRE con las finanzas sostenibles va mucho más allá del producto. En 2017 nos adherimos a los Principios de Inversión Socialmente Responsable (PRI) de Naciones Unidas, por lo que desarrollamos nuevos productos de inversión para nuestros clientes que cumplan con estos principios y criterios ESG. Y, en la actualidad, cerca del 90% de los activos del balance del Grupo cuentan con valoraciones altas o muy altas en sus mediciones ESG.

 

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