SOSTENIBILIDAD | 28.09.2020
Cómo hay que gestionar la contaminación provocada por la tecnología
Inmersos como estamos en plena transición energética para frenar los efectos del calentamiento global, se ha repetido constantemente que la llave para lograrlo es la tecnología. Y es que solo con una evolución constante y la ayuda de nuevos avances como la inteligencia artificial, el big data o el 5G se conseguirán los objetivos marcados.
Sin embargo, el uso masivo de esa tecnología conlleva en sí mismo un aumento considerable de la contaminación. Por un lado, cada vez son necesarios más centros de datos que respondan a las crecientes necesidades de conexión, y por otro, el consumo de productos electrónicos es imparable. En el mundo se calcula que actualmente existen 22.000 millones de dispositivos conectados a Internet (3.500 millones de teléfonos móviles), una cifra que da una buena muestra de la cantidad de basura electrónica que se puede acumular.
Un consumo creciente
Respecto a la primera de las cuestiones, a nadie le cabe duda de que el consumo energético correspondiente a los centros de datos no hace más que crecer, habida cuenta que el volumen de información se multiplica constantemente en todo el mundo.
Las necesidades de almacenamiento cada día son mayores, así como los dispositivos capaces de conectarse a Internet o las instalaciones encargadas de refrigerar esos data centers. Si a ello se le une el hecho de que con la llegada e implantación del 5G, los equipos conectados que estarán transmitiendo datos serán muchos más, no es de extrañar que algunas fuentes apunten que ese consumo necesite el 2% de la producción eléctrica mundial, lo que a su vez deriva en la emisión de gases contaminantes.
Estas estimaciones aumentarán durante 2020, ya que según ha estudiado la consultora McKinsey, Internet generará entre un 3% y un 4% de las emisiones de dióxido de carbono en el planeta. En este sentido, Greenpeace va aún más allá, llegando a situar la cifra que genera el tráfico online en un 7% de la electricidad que se consume en la Tierra.
Ejemplos sorprendentes
Estas cifras de ámbito global pueden resultar significativas. Sin embargo, hay ejemplos de cómo el uso de las nuevas tecnologías afecta al medio ambiente que son cuanto menos sorprendentes. De acuerdo con un estudio realizado por la Agencia Francesa del Medio Ambiente, enviar un correo electrónico que albergue 1 MB de datos contamina con 18 gramos de dióxido de carbono.
Si eso se extrapola a todos los e-mails que se mandan en el mundo diariamente, el número de gramos de CO2 se dispara a 293.000 millones. Y esta agencia va más allá, enviar 20 correos electrónicos al día durante un año equivale —en cuestión de contaminación— a recorrer 1.000 kilómetros en coche.
Claro que también hay que tener en cuenta que mandar un correo electrónico o comprar una canción online provocan menor contaminación que enviar una carta o adquirir un CD. Y eso por no hablar de que cualquier videoconferencia, por mucho ancho de banda y datos que consuma, evita desplazamientos que, a la postre, serán mucho más perjudiciales para el medioambiente.
¿Qué ha pasado estos meses?
En Paisaje Transversal analizan algunos de los aspectos problemáticos que presentan nuestras ciudades a la hora de afrontar una situación como una cuarentena colectiva. Nos hablan de zonas con alta densidad poblacional, un problema que se agrava con las desigualdades sociales. Plantean que urge la necesidad de generar espacios públicos más saludables, integrados con la naturaleza, y de repensar nuestra movilidad.
Sin embargo, es especialmente interesante el concepto que introducen al final de su artículo: el urbanismo táctico, que se plasma en cambios de uso temporal del espacio público. Estas pasadas semanas hemos visto ejemplos prácticos de esta idea como, por ejemplo, la peatonalización de tramos de calzada de La Castellana, Arturo Soria o la Calle Mayor, en Madrid, para que la gente pudiera salir a andar los fines de semana.
A los cambios de uso se han sumado también los cierres de espacios públicos. El más llamativo ha sido el de los parques infantiles, abiertos de nuevo. En otros casos se ha restringido el paso en zonas de paseo en uno de los sentidos, de forma que la gente hiciera ejercicio recorriendo un circuito, sin cruzarse con otras personas. Mientras tanto, en el interior de los edificios han aparecido, por arte de birlibirloque, mamparas y recorridos a seguir en el suelo, con cruces o recuadros donde podemos detenernos.
Donde se han podido ver cambios de forma más acelerada, debido a la gran capacidad de medios que tiene un país como China, y al hecho de ser el epicentro de la epidemia, ha sido en Wuhan. Desde el lógico cierre del mercado, supuesto origen del foco, hasta la construcción meteórica de varios hospitales, pasando por la aparición de barricadas de diverso tipo en las calles, pensadas para aislar zonas y también para ayudar a mantener las distancias de seguridad. En otros sitios han sido los propios ciudadanos los que han levantado barreras, movidos por el miedo, para evitar el paso de personas ajenas a su comunidad.
¿Cómo enfrentarse al problema?
Ante esta creciente contaminación, las grandes empresas tecnológicas están trabajando para minimizar el impacto que provocan sus grandes centros de datos diseminados a lo largo y ancho del globo.
Las medidas que se están tomando están encaminadas a rebajar el consumo energético de los mismos, ya sea mediante la optimización de sistemas (por ejemplo, a través de inteligencia artificial) o situando los data centers en zonas de climas fríos, de forma que la refrigeración no resulte tan costosa. Asimismo, el uso de energías renovables también aminora el nivel de contaminación.
El ejemplo de MAPFRE
Consciente de esta situación, MAPFRE ha reaccionado buscando soluciones para reducir la huella de su Centro de Proceso de Datos, que supone un 24% de la electricidad que la compañía consume anualmente en España (país que acapara la mitad de su consumo global) y un 21% de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Para ello, el CPD tiene un diseño de alta eficiencia energética, con un sistema de refrigeración específico y una localización óptima de los equipos de TI, de modo que se consigue un ahorro de más del 75% en energía con respecto a otros sistemas convencionales. Y a esto le añade una instalación solar térmica capaz de producir agua caliente sanitaria y una especial configuración para optimizar la función freecooling.
No obstante, cabe señalar que desde el año 2016 el total de la energía que MAPFRE adquiere procede de fuentes 100% renovables. Es más, la firma exige a las comercializadoras de energía que aporten los certificados de garantía de origen renovable para cubrir la demanda eléctrica de las instalaciones, lo que se traduce en una reducción de 21.272,94 TnCO2e de las emisiones anuales de la compañía.
Basura tecnológica
La emisión de gases contaminantes no es el único problema medioambiental que provocan las nuevas tecnologías. Como hemos apuntado al comienzo, se calcula que en el mundo están conectados a la Red unos 22.000 millones de dispositivos, muchos de los cuales están siendo renovados constantemente. Esto provoca que cada año se estén generando alrededor de 50 millones de toneladas de desperdicios tecnológicos según el Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas (PNUMA).
Por lo tanto, existe un problema con toda esa chatarra: algunos de sus componentes son muy contaminantes. Y lejos de mejorar, la situación tenderá a empeorar. Desde Naciones Unidas consideran que si se mantienen los hábitos actuales, en el año 2050 la cifra de desechos tecnológicos crecerá a los 120 millones de toneladas al año.
Menos obsolescencia programada y más reciclaje
Para frenar esta peligrosa tendencia —que se acentuará con la llegada definitiva del 5G y su mayor capacidad para conectar dispositivos a Internet—, todo indica que hay dos caminos que transcurren paralelos: aumentar el tiempo medio de utilización de los dispositivos y reciclar aquellos que se desechan.
Así pues, en primer lugar hay que luchar contra la obsolescencia programada que la industria viene utilizando en la fabricación de sus productos. En este caso, en el Parlamento Europeo se tomó una importante decisión en el año 2017 con la “Resolución sobre una vida útil más larga para los productos: ventajas para los consumidores y las empresas”. Esta directiva está encaminada a que se reduzca la chatarra tecnológica: por un lado, se aportan más herramientas para que los usuarios puedan reparar sus equipos, y por otro, se proporcionan beneficios fiscales a las compañías que doten a sus productos de una mayor durabilidad.
Y en segundo término, se debe fomentar el reciclaje. Según la ONU, en la actualidad, solo el 20% de los residuos se están reciclando. La propia Organización de las Naciones Unidas, en el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 12, deja muy claro que “es urgente reducir la huella ecológica mediante un cambio en los métodos de producción y consumo de bienes y recursos”.