El impacto social y económico de la salud mental
No es lo mismo salud mental que aparición o no de trastornos mentales. La diferencia se puede ver en la película “Una mente maravillosa”, en la que Rusell Crowe interpreta a John Nash, un genio de las matemáticas y premio Nobel de Economía que sufría esquizofrenia paranoide. Pese a su diagnóstico, Nash progresó en su vida profesional y personal, un ejemplo de enfermedad mental que, con ayuda, logra mantener una buena salud mental. Por tanto, podemos entender la salud mental como un estado de bienestar dinámico, que puede cambiar con el tiempo en respuesta a muchos factores.
Así se explicó el concepto, y la importancia del aprender a convivir con los desórdenes mentales, en la presentación del último informe de la Asociación de Ginebra (GA), la agrupación global del sector asegurador. El estudio, llamado “Promoviendo la paz mental: salud mental y seguros” y en el que ha participado MAPFRE, permite apreciar la dimensión del problema y ofrece algunas ideas para encontrar soluciones en un terreno tan complejo.
Mujeres y jóvenes, los más afectados
En primer lugar, hay una clara tendencia al alza de las afecciones de origen mental. Dentro de esta escalada, la pandemia fue un punto de inflexión, con un incremento repentino de su incidencia. El covid precipitó, en menos de un año y medio, 53 millones de nuevos casos de depresión y 76 millones de ansiedad en el mundo, de acuerdo al Institute for Health Metrics and Evaluation. Aunque tradicionalmente la imagen de las enfermedades mentales se asocia más con la esquizofrenia, trastorno bipolar o similares, las más extendidas, y las que muestran un aumento más preocupante, son precisamente la ansiedad y la depresión.
Mujeres y jóvenes han sido los grupos de población más afectados. Por sexos, dos tercios de los nuevos casos los sufrieron mujeres. Y por edad, llama la atención la incidencia entre los más jóvenes, con el mayor incremento entre los menores de 25. Los niveles de incidencia de nuevos casos por la pandemia se mantienen elevados hasta los 50 años, cuando descienden progresivamente a medida que aumenta la edad. Los desórdenes mentales se han convertido en uno de los mayores problemas sanitarios para los jóvenes y los adultos en edad de trabajar: entre los 10 y los 24 años, las autolesiones y la depresión son la tercera y la cuarta causa más comunes de enfermedad, mientras que, entre los 24 y los 49, la depresión es la sexta con mayor prevalencia.
El coste de la salud mental
Estas cifras hablan por sí solas del drama social y humano. Pero hay más: se estima que su coste a nivel global ascenderá en 2030 a 6 billones de dólares, un volumen mayor que el PIB de la gran mayoría de países del globo. En 2010 esa cifra era de menos de la mitad, 2,5 billones; una evolución que apunta a que que el impacto económico puede seguir aumentando de manera exponencial.
El coste de la mala salud mental va mucho más allá del gasto sanitario. Por ejemplo, para la Unión Europea este coste supuso un 4,1% de su PIB, según la OCDE. De ese monto, el coste directo sanitario fue del 1,3%, mientras que el indirecto ascendió al 2,8 %, entre prestaciones de la seguridad social (1,2%) y productividad perdida y desempleo (1,6%). El estudio se hizo en base a los datos de 2015, por lo que las proporciones serían mayores en la actualidad.
El sector asegurador está directamente involucrado a través de los servicios de salud y los seguros de vida (de discapacidad, de protección de ingresos…). Los problemas mentales ya son la causa más frecuente de incapacidad laboral, y cada año las aseguradoras pagan unos 15.000 millones de dólares solo en indemnizaciones de este tipo. Otros estudios del sector apuntan a que, entre los usuarios de los servicios sanitarios, cada vez es mayor la proporción de los que acuden a ellos debido a afecciones mentales.
¿Hacia dónde debe ir el tratamiento de la salud mental?
Ante esta realidad, sería más sencillo pensar que, una vez superada la pandemia, también mejorará la salud mental global. Pero nada indica que vaya a ser así. “Si no abordamos ahora el problema, nos arriesgamos a unas graves consecuencias sociales y económicas. El covid ha dejado un legado muy difícil, en las relaciones sociales y los comportamientos, de ansiedad social especialmente entre los jóvenes… Y las circunstancias socioeconómicas son más bien negativas, con una guerra en Europa, la subida del coste de vida o el cambio climático”, afirma Adrita Bhattacharya-Craven, la autora principal del informe
Bhattacharya-Craven, directora de Salud y Envejecimiento de la Asociación de Ginebra, pone el acento en tres puntos en los que poder avanzar en la buena dirección. El primero es la enorme relación entre salud mental y salud física: quienes sufren enfermedades crónicas muestran niveles de incidencia de desórdenes mentales notablemente mayores, y las personas con enfermedades mentales ven empeorada su salud física.
En este sentido, Alma Fernández, directora médica de Savia, la plataforma de salud digital de MAPFRE, cuenta que en España alrededor de un tercio de los pacientes con hipertensión, diabetes o cáncer tienen depresión, y más del 20 % de quienes sufren cáncer. Además, los factores de riesgo para el desarrollo de enfermedades crónicas no contagiosas (dieta inadecuada, vida sedentaria y consumo de tabaco o alcohol) se exacerban si el individuo padece un trastorno mental. “Podemos considerar que los trastornos mentales son, en sí mismos, un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades crónicas”, afirma la experta.
Esta visión es la que ha llevado a programas pioneros como el implementado por la división de salud de MAPFRE en República Dominica, MAPFRE Salud ARS, que incluye la salud mental en las estrategias de abordaje de enfermedades crónicas como hipertensión o diabetes, de cualquier tipo de cáncer, de personas con dos o más enfermedades severas o en paliativos. Estos pacientes, más vulnerables, reciben una atención preventiva que les ayuda a mejorar su autoestima y la comprensión de cómo su enfermedad puede afectar a sus relaciones sociales y familiares, mitigando así el impacto mental de sus patologías.
Otra cuestión a tener en cuenta, según Adrita Bhattacharya-Craven, es dónde reside el grueso del problema: “la gran mayoría de los problemas de salud mental son casos de ansiedad o depresión”, recuerda. Estas son condiciones que requieren de un amplio conjunto de intervenciones, con un enfoque propio. “Hay una tendencia a sobremedicar estos problemas, y a pensar en el tratamiento psiquiátrico y hospitalario del problema. Necesitamos ampliar los servicios con los que lo enfrentamos, y poner el foco en estrategias específicas en estas áreas”, opina. Esto puede traducirse, por supuesto, en un apoyo clínico, pero también en medidas sociales o financieras.
En un plano más general, buen aparte de la solución pasa por acabar con el estigma. No es una tarea del sector sanitario, sino de múltiples actores y la sociedad en su conjunto, aunque la directora de Salud de la GA defiende que las empresas pueden tener un papel muy destacado. El lugar de trabajo, junto a la situación financiera, es una de las fuentes principales de la mala salud mental. “Las empresas ya realizan campañas de vacunación, para llevar una vida más sana o para una mejor alimentación. ¿Por qué no hacer algo al respecto de la salud mental?”, se pregunta Bhattarchaya-Craven. La proactividad en el abordaje de los problemas mentales es positiva incluso desde la perspectiva económica, porque permite localizar el problema antes de que sea demasiado grande, como sería una baja laboral de varios años.
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