ECONOMÍA| 12.07.2022
“La tecnología es la base del poder económico de los Estados”
Hablamos con José Ignacio Torreblanca, investigador principal y director de la Oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), que expuso su visión del panorama internacional en la ponencia “Un mundo complejo. Análisis geopolítico”, en las XXVIII Jornadas Internacionales de MAPFRE Global Risks.
El think tank que dirige en España es uno de los principales centros de pensamiento en Europa, centrado en promover una mayor unión del continente. Torreblanca, exdirector de opinión del diario El País, advierte de que el mundo está pasando de un orden basado en reglas a otro basado en el poder, y en esta situación, la relevancia de los europeos pasa por su desarrollo tecnológico, una carrera en la que, de momento, van muy por detrás de otros países como Estados Unidos o China.
¿La tecnología es poder?
La tecnología es la base del poder económico de los Estados. La tecnología genera desigualdades: dentro de las sociedades empodera a unos y desempodera a otros, y, entre los Estados, hace a unos más fuertes y a otros más débiles.
A los europeos se nos ha olvidado que el dominio tecnológico es lo que nos permitió alcanzar el lugar que tuvimos en el mundo en el pasado, además con muy pocos recursos económicos y militares, porque la primacía era absoluta. Por eso China es tan consciente de que tiene que garantizar su propia soberanía tecnológica. También Estados Unidos se ha dado cuenta de esto, y mientras las cosas han ido bien no le ha importado que China usara tecnologías estadounidenses, pero esta situación está cambiando. Ahora hay una Guerra Fría, tecnológica, para que el otro no se beneficie de tus innovaciones.
No se puede hablar de relaciones internacionales sin mencionar la guerra de Ucrania, ¿cómo ha cambiado el escenario?
Ha sido una sacudida muy importante al orden europeo, y por extensión al orden global. Es una gran disrupción que además nos coge desprevenidos, en el sentido de que el mundo está concentrado en la transición de poder entre China y Estados Unidos, que es la gran tendencia del siglo XXI, y sin embargo esta guerra parece un legado de un siglo XX que no se ha terminado de cerrar. Nos ha enfrentado a los europeos a dos verdades muy incómodas, y es que somos consumidores y no productores de seguridad y de energía. Y eso son dos vectores de debilidad potentísimos que nos hacen muy vulnerables y muy dependientes.
En estas Jornadas de MAPFRE Global Risks se ha hablado de una vuelta a un entorno similar al de la Guerra Fría, pero el mundo ya no es el mismo. ¿Qué diferencias hay entre la actualidad y ese momento?
El mundo no es igual porque la Guerra Fría suponía la existencia de dos bloques aislados entre sí, y por lo tanto no había interdependencia entre ellos o esas interdependencias se limitaban al máximo. Ahora estamos en una situación muy paradójica, en la cual tenemos un máximo de interdependencia pero al mismo tiempo un máximo de tensión geopolítica, y por lo tanto todas esas dependencias que pensabas que te hacían garantizar la paz ahora se convierten en debilidades. ¿Qué hacen los Estados? Intentan desacoplarse, reducir esas interdependencias, pero no puedes pensar que vas a acabar en una situación en la que el comercio entre EEUU y China sea como el comercio entre EEUU y la URSS, que eran unos 2.000 millones de dólares al año. Estamos en un proceso de desacoplamiento, desglobalización, fragmentación… Hemos visto en la pandemia que, desde la salud a la tecnología, hay elementos que son vulnerabilidades y que otros están dispuestos a explotar.
En este contexto, ¿la desinformación ha alcanzado una nueva dimensión? ¿Se utiliza como un arma más?
Hablamos de desinformación como campañas organizadas de influencia que tienen el objetivo deliberado de confundir, de hacer daño, de afectar a la legitimidad democrática, que pueden venir de dentro o de fuera. Y eso es posible gracias a las vulnerabilidades de las redes sociales, porque no estaban hechas para que la información que circula por ellas se verifique, no se pensaron como medios de comunicación y por tanto no se instauraron desde el principio los controles que se necesitaban para hacerlas funcionar eficazmente. Algo que pensábamos que iba a ser una ventaja de las democracias frente a las dictaduras, por ejemplo con las primaveras árabes, se ha convertido en una vulnerabilidad, porque somos víctimas de nuestra propia apertura y tecnología abierta. Mientras otros países pueden hacer murallas digitales, nosotros no podemos vivir en un espacio informativo cerrado, porque entonces seríamos como las dictaduras.